Una novedad para esta temporada: ¡un spin-off de las Crónicas PSN! Luli y Andrés con tenedor son, tal como su nombre indica, tiras con las aventuras gastronómicas de Luli y Andrés, una pareja de treintañeros modernos en un mundo de sashimi, carpaccios, cupcakes y tiramisú casero. A partir de hoy y con una periodicidad quincenal podréis disfrutar de una tira exclusiva de Luli y Andrés con tenedor en Tinta de Calamar, el blog de Gastro, el nuevo portal gastronómico de la Cadena Ser. Esta es la primera tira. Estad atentos, porque no serán las únicas tiras cómicas que veáis por ahí… ¡Espero que os gusten!
(Visto que la obra de Tolkien sigue despertando polémicas como si los balrogs tienen alas o no, recuperamos otra cuestión que viene al dedillo. ¿Y si estas dificultades de comprensión lectora se deben a que El Señor de los Anillos no es tan buena como creemos? Recupero de la bóveda del tiempo este artículo al respecto -versión Redux- del gran Blai Collado, publicado originalmente en PSNrol.com en 2005.)
Primero fueron Rolemaster y MERP, juegos de rol que nos descubrieron un maravilloso mundo de tablas y subtablas, héroes adictos a hierbas curativas y un sinfín de peligros mortales acechando tras acciones tan inocentes en apariencia como enhebrar una aguja o salir a comprar el pan (¿quién no ha muerto alguna vez tras una desastrosa pifia en la tabla de «Evacuar orina»?).
Luego llegó (tal vez fue antes) la película de dibujos animados, con Trancos caracterizado de apache y Conan-Boromir. Lo mejor, sin duda, es que permanece inacabada.
Finalmente, la ¿fidedigna? versión de Peter Jackson, conocida como TRUÑO (Trilogía Universalmente Ñaque y Oportunista), algo así como El Señor de los Anillos versión alerones, tubo de escape libre y retumbante música máquina.
Ahora voy a hacer algo que suele hacerse al principio de los artículos: una introducción, de hecho es la típica introducción en la que el autor (yo) explica (explico) cuál era la idea inicial para el escrito y como esa idea inicial derivó hacia otra relacionada que acabó convirtiéndose en el tema del artículo en cuestión… En un principio la idea consistía en escribir un artículo sobre los infumables productos que se han nutrido durante años del mundo imaginario de Tolkien. El asunto radicaba en intentar responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo pudieron surgir semejantes chapuzas de una novela como El Señor de los Anillos? Y entonces se me ocurrió otra pregunta (y aquí es donde se sustituye el tema viejo por el tema nuevo): ¿No estaría la semilla del mal en el libro? ¿No lo estaremos sobrevalorando? Yo creo que sí. De hecho, como novela de aventuras adolece de un montón de defectos, tantos, que resulta difícil decidir por dónde empezar.
Los personajes, por ejemplo, son un desastre. Tradicionalmente los héroes (desde Aquiles a Elric de Melniboné, pasando por Lancelot o Bush jr.) han sido siempre criaturas de fuertes pasiones: amores eternos, odios indestructibles y deseos de venganza a prueba del tiempo, de hecho, en numerosas ocasiones la colisión entre alguna pasión del héroe y su deber constituye el motor de excelentes historias. Y nada confiere mayor intensidad a una narración que una esposa asesinada, un amigo traidor o un amor en el momento oportuno, en resumen, un alto grado de implicación emocional (¿qué sería de Star wars sin la trágica saga de los Skywalker?).
Nada de esto hay en El Señor de los Anillos, para los protagonistas enfrentarse a Saurón no es nada personal, son sólo negocios, sin ninguna tensión, sin ningún asunto pendiente, ellos son los buenos, son El Capitán América enviado por M a la guarida de Bin Laden en Mordor. Esto es así al principio y sigue así durante toda la larguísima novela, ningún sentimiento distrae a estos Terminators del Bien (podría aducirse aquí el amor de Gimli por Galadriel o el de Eowyn por Aragorn pero esto, como dijo Kant, son mariconadas). En este páramo emocional destacan, hay que admitirlo, la hermosa amistad entre Sam y Frodo, y la lástima que despierta Gollum, pero nada más.
Aquiles-Héctor, Luke skywalker-Darth Vader, Harry Potter-Voldemort, Astérix-César, ¿La comunidad-los nazgul?, ¿Frodo-Gollum? ¿Gandalf-Sauron? Todo héroe tiene un némesis que lo define, complementa, engrandece, un personaje por lo general carismático y cuya relación con el protagonista eleva las dosis de dramatismo de los acontecimientos, pero en ESDLA el mal es demasiado impersonal, distante, abstracto, sin vínculo aguno con los buenos, y así se reafirma la falta de profundidad de éstos, que roza, a veces, la caricatura. En el film se intentó subsanar esta obvia carencia dotando a Saruman de un protagonismo que en la novela no tiene, aunque los resultados fueron, por lo menos, discutibles…
A esto hay que sumarle el asunto del ritmo, la obra, simplemente, carece de él. Y esto se debe a dos factores fundamentales, el primero es que Tolkien era muy buen escritor, y se empeña constantemente en demostrarlo, el resultado es un libro muy bien (d)escrito. El segundo factor es el abuso continuado del recurso narrativo que consiste en interrumpir la acción. En La comunidad del Anillo (a mi juicio la mejor de las partes como novela de aventuras) dicho recurso está muy bien traído, aparece justo después de los dos momentos de clímax (el enfrentamiento con los nazgul en Rivendel y la huida de Moria) y es necesario para esclarecer los numerosos interrogantes que el lector tiene en mente: la naturaleza y poderes del anillo, las implicaciones de su destrucción, la desaparición de Gandalf, la identidad de los jinetes negros… De hecho, Tolkien podría haber dejado algo para las siguientes partes, pues en ellas hay situaciones que se alargan innecesariamente cuando podrían solventarse con cuatro páginas: los ents, las casas de curación, los largos (larguísimos) poemas, el guiso de conejo… innumerables situaciones que nada aportan a la trama y que se estiran como chicles hasta el infinito (¿de verdad hay alguien que en una primera lectura se trague todas las canciones de Bárbol?). No se trata de convertir el Señor de los Anillos en una mala partida de Dungeons (para eso ya está Canción de fuego y hielo), pero hay que tener un mínimo sentido del ritmo y de la narración, sentido que Tolkien demuestra poseer, y en abundancia, en el brillante capítulo El puente de Khazad-Dûm.
Estos defectos los compensa sobradamente el autor con una estructura sencillamente desastrosa. Vayamos por partes, dejando al margen el primer volumen, el resto están muy mal estructurados: el segundo libro del segundo volumen (es decir, las ¿aventuras? de Frodo y Sam) es un ladrillo, la acción se detiene de sopetón, ¿tan difícil era hacer los capítulos alternos con el periplo del resto de la comunidad? Hay que admitir que eso sí es, de nuevo, un acierto de la película. Me permitiré contar una anécdota personal: la segunda vez que leí El Señor de los Anillos, debido a alguna curiosa trampa del inconsciente, recordaba Las Dos Torres precisamente con las dos tramas superpuestas, y al llegar a la segunda parte se me hizo sencillamente interminable. Pero el problema estructural sigue, la novela parece no acabar nunca, después de la destrucción del anillo vienen un sinfín de situaciones, por supuesto estiradas, que no interesan para nada al lector hasta llegar a trancas y barrancas al saneamiento de la Comarca, que no es más que una partida improvisada en la que un grupo de personajes de alto nivel se ventilan una banda de trasgos sin despeinarse. La conclusión, la partida de Gandalf y cía, el fin de la magia, etc. habría resultado igual de inteligible y conmovedor ciento cincuenta páginas antes.
¿Qué por qué vende tanto si es tan nefasta como digo? No lo sé, a lo mejor, como dijo Eddie «el rápido» en El color del dinero: «por la misma razón que el parchís es más popular que el ajedrez.»
Un saludo,
Blai
N.d.A: Ñaque: Conjunto o montón de cosas inútiles y ridículas.
(Como el tema de si los balrogs tienen o no alas es una fuente de eterna polémica, recuperamos este artículo de Abel Ferrer publicado originalmente en PSNrol.com en 2005 por el bien de la humanidad. Qué jóvenes éramos…)
Durante cuarenta años, los aficionados a Tolkien han vivido con dos grandes incógnitas que han amenizado sus reuniones. La primera se pregunta quién demonios es Tom Bombadil, la segunda, y la que me ocupa ahora, inquiere sobre si los Balrogs tienen o no de alas.
Los Balrogs eran Maiar al servicio de Morgoth. La mayoría de ellos perecieron en la guerra de la cólera, la batalla que había de llevar a la caída de Morgoth, aunque algunos sobrevivieron ocultándose bajo tierra. Ya en la tercera edad, uno de ellos fue despertado por los enanos de Moria que, en su búsqueda de Mithril, cavaron demasiado hondo. El Balrog mató a Durin VI y expulsó los enanos de su hogar. Fue Gandalf quien lo derrotó en la cima de Ziragzigil después de su encuentro con la Compañía.
Después de esta breve puesta en situación vamos al grano. Tomad El Señor de los Anillos y en el capítulo cinco del libro segundo, El Puente de Khazad-Dûm, podréis leer:
«El Balrog avanzó lentamente, y de pronto se enderezó hasta alcanzar una gran estatura, extendiendo las alas de muro a muro;…».
Este pasaje ha llevado a todos los dibujantes, diseñadores de juegos de rol o directores de películas a dibujar, diseñar o filmar Balrogs con alas. Personalmente esto no me molestaría en lo más mínimo si no fueses porque unas líneas antes Tolkien narra lo siguiente:
«El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvió se abrió a los lados como dos vastas alas.»
Aquí está el quid de la cuestión. ¿Eran alas o simplemente la sombra del Balrog que se extendía por las paredes? Las sombras que crecen son algo común en la obra de Tolkien. En el capítulo primero del primer libro, Una reunión muy esperada, encontramos este pasaje:
«Gandalf dio un paso hacia el hobbit y pareció agrandarse, amenazante, y su sombra llenó la habitación.»
Desgraciadamente esto no parece aclarar mucho la situación. En ningún lugar de El Señor de los Anillos hay una descripción completa de un Balrog, sólo en El Silmarillion podemos encontrar varias referencias a ellos. Una de ellas, en la página 59 (edición Minotauro), dice lo siguiente:
«Y en Utumno reunió a sus demonios, los espíritus que se le unieron desde un principio en los días de esplendor y que más se le asemejaban en corrupción: sus corazones eran de fuego; pero un manto de tinieblas los cubría, y el terror iba delante de ellos; tenían látigos de llamas. Balrogs se los llamó en la Tierra Media en días posteriores.»
Quizás un detalle como un par de alas entraría en esta breve descripción.
Y no hay más que añadir. El resto son vueltas a lo mismo. En ningún lugar de la obra de Tolkien especifica si los Balrogs vuelan, caminan o reptan como el resto de los mortales. A aquellos que todavía no estén convencidos sólo les haré una pregunta: ¿Si el Balrog tenía alas por qué no emprendió el vuelo cuando Gandalf destruyó el puente donde estaba?